martes, 27 de septiembre de 2016

Overruled CAPITULO 3



                                                              Un año después



—Se veía tan linda, Peter. —Se ríe Jenny—. No quería tocar la guinda del pastel, no le gustó pegotearse los dedos, ¡así que sólo plantó toda la cara en él! Y se enojó tanto cuando tuve que quitarla para partirlo. Desearía que la hubieras visto, ¡esta niña tiene una actitud que pondría a la Nana en ridículo! —Se disuelve en un ataque de risa. Podría haberla visto. La culpa me golpea duro. Porque debí haber visto la forma en que Presley hizo añicos su primer pastel de cumpleaños. La forma en que chilló por los moños y se fascinó más por la envoltura de los regalos. Debí haber estado ahí para encender las velas, para tomar las fotografías. Para salir en ellas. Pero no fue así. No pude. Ya que es semana de exámenes finales, así que el único lugar donde puedo estar es aquí, en Nueva York. Fuerzo una sonrisa, tratando de infundir mi tono con entusiasmo.
—Qué genial, Jenn. Suena como una fiesta increíble. Me alegra que lo disfrutara. Por mucho que lo intento, Jenny se da cuenta.
—Cariño, deja de torturarte. Te enviaré por correo todas las fotografías y el video. Será como si hubieras estado aquí con nosotras.
—Sí. Excepto que no lo estuve. Suspira.
—¿Quieres decirle buenas noches? ¿Cantarle tu canción? En el poco tiempo que pasé con nuestra hija luego de su nacimiento, y las semanas que tuve la oportunidad de pasar con ella durante las vacaciones de navidad, descubrimos que Presley tiene una afinidad por el sonido de mi voz. Incluso a través del teléfono, eso la alivia cuando le salen los dientes, la arrulla cuando se enoja. Se ha convertido en nuestro ritual, cada noche.
—¡Papá!

Es increíble cómo dos pequeñas sílabas pueden tener tanto poder. Me calientan el pecho y traen la primera sonrisa genuina que he tenido en mi rostro en todo el día.
—Feliz cumpleaños, pequeña.
—¡Papá! Me rio.
 —Papi te extraña, Presley. ¿Estás lista para tu canción?
Despacio, canto:  
Tú eres mi sol, mi único sol. Me haces feliz cuando el cielo está gris...
En su dulce voz, adorablemente ilegible, trata de cantar las palabras conmigo. Después de dos versos, mis ojos se encuentran brumosos y mi voz se quiebra. Debido a que la extraño mucho. A ambas. Me aclaro la garganta.
—Es hora de descansar. Dulces sueños. Jenny regresa a la línea.
—Buena suerte con tu examen de mañana.
—Gracias.
—Buenas noches, Peter.
 —Buenas noches, Jenn. Lanzo el teléfono a los pies de la cama y me le quedo viendo al techo. Desde algún lugar abajo, hay risas estridentes y gritos para beber, probablemente por el maratón del juego de beer-pong que comenzó hace dos días. En mi primera semana en Columbia aprendí que las carreras no sólo se basan en tus conocimientos. Las construyes con los contactos. Así que me inicié en una fraternidad, para hacer esas conexiones de por vida. Psi Kappa Epsilon. Es buena, llena de estudiantes de negocios, economía, preleyes. La mayoría procedentes de dinero, pero aun así gente agradable, chicos que trabajan, estudian y juegan duro. El semestre pasado un miembro se graduó antes de tiempo, luego fue enviado al extranjero por su importante compañía. Mi hermano mayor de fraternidad presionó con fuerza para que consiguiera una habitación en la casa. Un hermano mayor es el tipo con el que eres emparejado cuando te inicias en una fraternidad. Es el que te da los momentos más difíciles. Eres su perra, su esclavo. Pero después de que te conviertes en un hermano él es tu mejor amigo. Tu mentor.

Mientras mi autodesprecio amenaza con inundarme, mi hermano mayor pasa frente mi puerta abierta. Por el rabillo del ojo veo su cabeza oscura deslizarse, detenerse y retroceder. Luego Drew Evans entra a mi habitación. Drew no se parece a nadie que haya conocido. Es como si tuviera un centro de atención en él que nunca se atenúa, demanda tu atención. La reclama por completo. Actúa como si el mundo le perteneciera, y ¿cuando estás con él? Sientes que a ti también. Profundos ojos azules que vuelven estúpidas a todas las chicas me miran con desaprobación.
—¿Qué te pasa? Me limpio la nariz.
—Nada. Sus cejas se elevan.
—No luce como nada. Prácticamente lloras en tu almohada, por amor de Dios, me siento jodidamente avergonzado de ti. Drew es implacable. Ya sea con mujeres o respuestas que quiere, no da tregua hasta que se sale con la suya. Es una cualidad que admiro. Mi teléfono suena con un correo entrante, las fotos que Jenny me envió de la fiesta. Con un suspiro reasignado me enderezo y acceso a las fotos.
—¿Conoces a mi hija Presley? Asiente.
 —Claro. Niña linda, mamá caliente. Nombre desafortunado.
—Hoy fue su cumpleaños. —Le muestro una foto particularmente entrañable de mi angelito con el rostro lleno de pastel—. Su primer cumpleaños. Sonríe.
 —Parece como si se divirtiera. No sonrío.
—Lo hizo. Pero me lo perdí. —Me froto los ojos con las palmas de las manos—. ¿Qué diablos hago aquí, hombre? Es duro... más duro de lo que pensé que sería. Soy bueno en todo, siempre lo he sido. Fútbol, escuela, ser el mejor novio. En la secundaria todas las chicas envidiaban a Jenny. Cada una quería joderme y todos los chicos querían ser yo. Y era demasiado fácil. —Siento... siento que fallo... en todo —confieso—. Tal vez debería tirar la toalla, ir a un maldito colegio comunitario en casa. Al menos así las veré más de tres veces al año. —Con ira, lo dejo ir—: ¿Qué clase de padre se pierde el maldito primer cumpleaños de su hija? No cualquier chico se siente como yo. Conozco unos en casa que embarazaban a chicas y se alejaban perfectamente contentos y nunca miraban hacia atrás. Envían un cheque sólo después de ser llevados a la corte, a veces ni siquiera entonces. Demonios, ninguno de los padres de los niños de Ruby han visto a sus hijos más de una vez.

Pero ese nunca podría ser yo.
—Jesús, eres un desastre —exclama Drew, su rostro horrorizado—. No empezarás a cantar canciones de John Denver, ¿verdad? Me molesto en silencio. Suspira. Y se sienta al borde de mi cama. —¿Quieres la verdad, Lanzani? Evans es grande con las verdades duras, crudas y difíciles. Otra de las cualidades que respeto, aunque no es tan divertido cuando su mirada crítica se dirige a ti.
—Supongo —respondo vacilante.
—Mi viejo es el mejor padre que conozco, no me opongo. No recuerdo si fue a mi primera fiesta de cumpleaños, o a mi segunda... y realmente me vale una mierda de cualquier manera. Puso un techo impresionante sobre mi cabeza, se siente orgulloso de mí cuando me lo merezco, al igual que me patea el culo. Nos llevó a fantásticas vacaciones familiares y paga mi matrícula aquí, más o menos pagándome la vida. »Lo que quiero decir es: cualquier idiota puede partir un jodido pastel. Tú estás aquí, trabajando los fines de semana, llevando una carga completa de clases, reventándote las bolas para que un día tu hija no tenga que hacerlo. Eso es lo que hace un buen padre. Pienso en lo que me dice.
—Sí. Sí, supongo que tienes razón.
—Por supuesto que sí. Ahora sécate los ojos, toma medicina para los cólicos y detén la fiesta premenstrual de la compasión. Eso le gana un dedo medio. Drew alza la barbilla en dirección de mi pila de notas de Estadísticas Básicas, el final para el requisito de primer año que tomo mañana por la mañana.
—¿Preparado para el final de Windsor?
—Creo que sí. Sacude la cabeza.
—No pienses, dilo. El profesor Windsor es un cretino. Y un esnob. Eyaculará si consigue que falle un ignorante como tú. Hojeo la pila de papeles.
—Los miraré otra vez, pero estoy bien.
—Excelente. —Me golpea la pierna—. Entonces, prepárate para salir en una hora. Miro mi reloj: Diez de la noche.
—¿A dónde vamos? Evans se pone de pie.
—Si te enseño una cosa antes de graduarme que sea esto: antes de cualquier examen importante, sales a tomar un trago, sólo uno, y a tener sexo. Los cursos preparatorios para normalizar las pruebas deberían añadir eso a su reglamentación. Es infalible.


  Me froto la nuca. —No lo sé... Levanta los brazos, cuestionando—: ¿Cuál es el problema? Tú y la mamá de tu bebé tienen una relación abierta, ¿verdad?
—Sí, pero... —Ese es un movimiento brillante de tu parte, por cierto. Nunca entenderé por qué algún hombre se ataría a una mujer cuando hay tantas para elegir. No le digo que no fue mi idea. Jenny insistió después de que hablamos, o discutimos, cuando fui a casa en vacaciones de Navidad. No le digo que la única razón por la que concordé fue porque los bastardos cachondos en mi ciudad natal saben que Jenn es mi chica, la madre de mi hija. Puede que nada más pueda volver a casa dos o tres veces al año, pero cuando lo haga felizmente reorganizaré el rostro de cualquier persona que intente un movimiento con ella. Tampoco le digo que no he tomado aprovechado mi nueva política de libertades en los anteriores cinco meses. Ni una vez. En su lugar, explico—: Nunca he intentado ligar con una mujer en un bar antes. No sé qué diría. Drew ríe.
—Sólo suelta unos "todas ustedes", otros cuantos "cariño", tengo el resto cubierto. —Me señala—. Una hora. Prepárate. Y sale de mi habitación.  
Noventa minutos después, entramos al Bar Central, el lugar favorito para salir de los estudiantes. Tiene buena comida, pista de baile con un DJ arriba y entrada libre. Incluso aunque es semana de exámenes el lugar se encuentra lleno de pared a pared con cuerpos bebiendo y riendo.
 — ¿Qué quieres? —me pregunta Evans en lo que nos dirigimos a la barra. —Jim Beam, limpio. —Si sólo se me permite una bebida, que valga. Atrapo mi reflejo en el espejo detrás de la barra. Simple camiseta azul, mandíbula sin afeitar porque no me molesté en hacerlo, y una espesa cabellera rubia que necesita un corte. Es prácticamente inmune al gel, así que me lo estaré empujando de la frente durante toda la noche.

Drew me pasa mi bourbon y toma un sorbo de su propia bebida, que luce como whisky con soda. Sin decir palabra examinamos la habitación por unos minutos. Entonces me da un codazo y ladea la cabeza hacia dos chicas en la esquina, por la máquina de discos. Son atractivas, pero del tipo que parecen fáciles, pero que en realidad toma dos horas de preparación lograrlo. Una es alta, con largo cabello rubio y lacio y piernas aún más largas, viste pantalones rasgados y una blusa cortada que muestra un sujetador negro de encaje y ombligo perforado. Su amiga es más baja, con el cabello negro azabache, una blusa rosa y pantalones oscuros tan ajustados que parecen pintados. Drew camina con determinación hacia ellas y lo sigo.
—Me gusta tu blusa —le dice a la rubia, señalando la escritura sobre su pecho “Las chicas de Barnard lo hacen bien”. Después de que ella lo recorre con la mirada, sus labios se extienden lentamente en una sonrisa coqueta.
—Gracias.
—Tengo una igual en casa —revela Drew—. Excepto que la mía dice “Los chicos de Columbia lo hacen toda la noche”. Se ríen. Bebo mi bourbon mientras la chica morena me comprueba, y parece que le gusta lo que ve.
—¿Van a Columbia? —pregunta. Drew asiente. —Síp. Vamos Leones. Aunque no sé qué diablos hago, intento seguir las instrucciones de Drew, preguntando la pregunta menos original. —¿En qué se especializan todas ustedes? La morena se vuelve a reír.
—¿Todas ustedes? No suenas de aquí.
—Soy de Mississippi. Mira mis bíceps con aprecio.
—¿Cuánto te gusta Nueva York? Pienso por un segundo... entonces viene a mí. Con una sonrisa de medio lado, respondo—: En este momento, me gusta un montón. Drew asiente casi imperceptiblemente, con aprobación.
—Nos especializamos en arte —ofrece la rubia.
—¿En serio? ¿Arte? —Drew sonríe—. Supongo que no tienen interés en hacer una contribución real a la sociedad. —Levanta su vaso—. Por graduarse sin un conjunto de habilidades comercializables de ningún tipo. Sé que suena como un idiota insultante, pero confía en mí, funciona para él.
—¡Oh, Dios mío!
  —¡Imbécil! —Las chicas se ríen, como siempre, consumiendo su actitud arrogante y humor sarcástico con una cuchara. Tomo otro trago de bourbon.
—¿Qué clase de arte hacen?
—Pinto —responde la rubia—. En especial me gusta la pintura corporal. —Arrastra la mano arriba y abajo por el pecho de Drew—. Serías un lienzo increíble.
 —Yo esculpo —dice su amiga—. Soy buena con mis manos. Se termina la bebida de color rosa de su mano.
Aunque no tengo veintiún años ni identificación que lo compruebe, apunto mi pulgar hacia la barra. —¿Quieres que te traiga otra ronda? Antes de que pueda responder, Drew intercede.
 —¿O podríamos salir de aquí? ¿Volver a su casa? —Hace contacto visual con la rubia—. Me puedes mostrar tu... arte. Apuesto a que eres muy talentosa. Las chicas concuerdan, tomo el resto de mi bourbon, y así de fácil, los cuatro nos dirigimos hacia la puerta.  
  Resulta que las chicas son compañeras de cuarto. Me hallo tranquilo a medida que caminamos los tres bloques a su apartamento, distraído con la incómoda sensación de agitación en mi estómago como mantequilla echándose a perder. Es una mezcla de nerviosismo y culpa. Me imagino el rostro de Jenny en mi cabeza, sonriente y dulce. La imagino sosteniendo a nuestra hija en la mecedora que mi tía Sylvia nos dio cuando nació Presley. Y me pregunto si lo que hago, lo que haré, es correcto. Su apartamento es mucho mejor que el que dos chicas universitarias podrían permitirse solas. Un portero, tercer piso, una amplia estancia con sofás de color beige sin teñir y relucientes pisos de madera cubiertos por una alfombra oriental. Una cocina de tamaño completo con armarios de roble y encimeras de granito es visible desde la sala, separados por una barra desayunadora y tres taburetes blancos.
—Siéntanse como en casa —dice con una sonrisa la chica de cabello oscuro—. Sólo iremos a refrescarnos. Después de que desaparecen por el pasillo, la cabeza de Drew se gira hacia mí.
—Te ves como una virgen en la noche de graduación. ¿Cuál es el problema?
Me limpio las manos sudorosas en mis pantalones. —No sé si es una buena idea.
—¿No viste las tetas de la morena? Tener una vista más cercana a esas chicas malas no podría ser más que una buena idea. Mis labios se aprietan con indecisión, luego... digo la verdad.
—La cosa es... nada más he tenido sexo con Jenny. Se frota la frente.
—Oh, Jesús. —Con un suspiro deja caer la mano y pregunta—: ¿Pero no tiene problema con que salgas con otras personas? Quiero decir, ¿estuvo de acuerdo? Levanto un hombro y explico—: Sí, bueno, ella es quien lo sugirió en primer lugar. Evans asiente.
—Suena como mi tipo de chica. Así que, ¿qué tiene? Me froto la nuca, intentando aliviar algo de la tensión que reside ahí.
—Aunque lo hablamos… no estoy seguro… no se siente… quiero hacer lo correcto para ella. La voz de Drew pierde el toque de irritación.
—Admiro eso, Lanzani. Eres un hombre con pantalones. Leal. Me agrada eso de ti. —Me señala—. Por lo mismo creo que te lo debes, y a tu chica Jenny, tener horas de sucio sexo sudoroso con esta mujer. No por primera vez, me pregunto si Drew Evans es el diablo, o tiene alguna relación cercana. Puedo imaginármelo ofreciéndole al hambriento Cristo un pedazo de pan y haciendo sonar completamente aceptable que tome una enorme mordida.
—¿En serio crees toda la mierda que sale de tu boca? Drew me hace una seña desdeñosa con la mano.
—Pon atención, vas a aprender algo. ¿Cuál es tu helado favorito?
—¿Qué diablos tiene eso que ver…?
—Sólo responde la maldita pregunta. ¿Cuál es tu helado favorito?
—Crema de nuez —suspiro. Sus ojos se alzan sardónicamente.
—¿Crema de nuez? No creí que a nadie menor de setenta le gustara la crema de nuez. —Sacude la cabeza—. Como sea, ¿cómo sabes que la crema de nuez es tu favorita?
—Porque sí.
—Pero, ¿cómo sabes? —presiona.
—Porque me gusta más que… Me detengo a media oración. Entendiendo.
—¿Más que cualquier otro sabor que hayas probado? —termina Drew—. ¿Más que la vainilla, fresa o menta con chocolate?
—Sí —admito suavemente.
—¿Y cómo sabrías que la crema de nuez era tu sabor, no sólo por elección, si te sentías demasiado temeroso de probar cualquier otra cosa?
—No lo sabría. Agita la mano, como un mago.
—Exacto. ¿Ves lo que digo? El diablo. Sin embargo, es similar a lo que dijo Jenny, la cuestión que destacó. ¿Es en serio cuando decimos que nos amamos si todo lo que conocemos es al otro? ¿Somos lo bastante fuertes para pasar ese tipo de prueba? Y si no, ¿de todas formas qué tipo de futuro tenemos juntos? Una palmada en el brazo me despierta de mi introspección.
—Mira, Lanzani, esto se supone que sea divertido. Si no la pasas bien, mejor déjalo, no pensaré mal de ti. Bufo.
—Seguro que lo harás. La esquina de su boca se levanta.
—Tienes razón. Lo haré. Pero… no le diré a los chicos que fuiste un maricón. Se quedará entre tú y yo.
Antes de que pueda responder, las chicas regresan a la habitación. Se cambiaron a pijamas sueltas de satín brillante.
Puedo oler la menta de sus dientes recién lavados cuando la rubia se inclina y le dice a Drew—: Vamos, hay algo en mi habitación que quiero mostrarte. Él se levanta sin problemas.
—Hay algo en tu habitación que quiero que me muestres. —Antes de que avancen por el pasillo, mira en mi dirección—. ¿Estás bien, hombre? ¿Estoy bien? La morena de cabello rizado me mira expectante, esperando que haga algún movimiento. Y la comprensión finalmente se asienta… no hay ninguna razón para decir que no.
—Sí. Sí, estoy bien. Drew toma la mano de la rubia y los dirige a la habitación al final del pasillo. Dejándome solo con mi compañera de cabello oscuro, la miro un minuto, realmente. Tiene pechos más grandes de lo que acostumbro, una cinturita y un firme trasero de burbuja que balancea todo el empaque correctamente. El tipo de trasero que un hombre podría agarrar, amasar con sus dedos y dirigir adelante y atrás, arriba y abajo. Sus piernas son suaves y torneadas, su piel perfecta y bronceada. Por primera vez esta noche, una atracción genuina se despliega en mis entrañas, agitando mi pobre polla sin uso de sus cinco meses de hibernación.

No le pregunto su nombre y ella no me pregunta el mío. Hay cierta emoción anónima, una libertad. Nunca volveré a ver a esta chica, lo que digamos o hagamos esta noche no saldrá de este apartamento, no volverá a cazarme, no encontrará su camino a oídos sentenciosos de un pueblo pequeño demasiado lejano. Cien fantasías, cada una más pervertida que la anterior, pasan por mi cerebro como humo que viene de una fogata. Actos que nunca soñé con pedirle a Jenny que actuara, cosas por las que probablemente me golpearía de sólo sugerirlas. Pero una hermosa extraña sin nombre… ¿por qué diablos no?
—¿Quieres ver mi habitación? —pregunta. Mi voz es grave, ruda como mis pensamientos.
—Bien.
Su dormitorio es un remolino de rojos oscuros, marrones y naranjas quemados, no demasiado femenino. Me siento en la orilla de la cama, con los pies en el piso, las piernas estiradas. Cualquier rastro de indecisión se marchitó.
Al tiempo que cierra la puerta, pregunta—: ¿En qué te especializas? Quería preguntarlo antes.
—Preleyes. Se me acerca, de pie a un brazo de distancia, recompensándome con una cabeza angulada y ojos pintados.
—¿Por qué quieres ser abogado? Sonrío.
—Me gusta discutir. Me gusta… hacer que la gente vea que se equivoca. Acercándose más, levanta mi mano. Luego la gira y traza mi palma con la punta de su dedo. Me pica de forma estimulante y hace que mi pulso repiquetee.
—Tienes manos fuertes. No hay manos suaves en una granja. Herramientas, cuerda, cercas, monturas, levantar y excavar hacen palmas duras y músculos. —¿Sabes qué es lo que más me gusta de esculpir? —pregunta con un suspiro.
—¿Qué? Deja caer mi mano y luego levanta su mirada oscura y retadora hacia la mía.
—No pienso mientras lo hago. No lo planeo, dejo que mis manos… hagan lo que quieran. Lo que se sienta bien. Agarra la parte baja de su blusa y se la desliza sobre la cabeza. Sus pechos son pálidos, lisos y gloriosamente nuevos para mis ojos. Se para sólo a centímetros, desnuda y orgullosa.
 —¿Quieres intentarlo?
  Pone sus mano sobre las mías, llevándolas al terciopelo de su caja torácica. Cuando pone mis manos callosas en sus pechos, los tomo. Acunando el peso, masajeando suavemente, pasando mis pulgares sobre las puntas de sus pezones. Se endurecen y oscurecen de rosa a más fuerte y raspo mi labio con los dientes para contener la urgencia necesaria de adherirme, chupar y morder. Mi último pensamiento coherente, son cuatro palabras: Podría acostumbrarme a esto.  

 
   
 


 

 

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