martes, 27 de septiembre de 2016

Overruled CAPITULO 4

                                                   Tres semanas después…




—¡Maldito infiel mentiroso, hijo de puta! Las manos de Jenny vuelan, salvajes y batientes, golpeándome la cara, los hombros y donde sea que alcance. Golpe. Golpe, golpe. Golpe.
 —¡Jenny, detente! —Al fin agarro sus antebrazos, manteniéndola en paz—. ¡Maldita sea, cálmate! Calientes lágrimas de enojo le cubren las mejillas y sus ojos están hinchados con traición.
—¡Te odio! ¡Me enfermas! ¡Te odio! Se suelta de mi agarre y corre hacia el pórtico, azotando la puerta detrás de ella en lo que desaparece dentro de la casa. Soy dejado en el césped, deshecho. Sintiendo que fui desollado, mi corazón no sólo roto, sino extraído. Y hay algo más, más que arrepentimiento, miedo. Me pone las palmas sudorosas y la piel me pica. Miedo de que lo jodiera, terror de que acabo de perder la mejor cosa que me pasó. Me paso una mano por el cabello, intentando mantenerme tranquilo. Luego me siento en los escalones del pórtico y pongo los codos en las rodillas, mantengo un ojo en Presley, en la sábana a seis metros donde juega con su prima cerca del columpio. Sus rizos rubios platinados se mueven mientras se ríe, agradezco que sea completamente inconsciente.
 
De la nada, la hermana mayor de Jenny, Ruby, aparece en el escalón a mi lado. Se acomoda la mini falda y se pone las ondeadas hebras de cabello sobre los hombros.
—Ciertamente te encerraste en la letrina esta vez, Peter. Normalmente no iría con Ruby por ningún tipo de consejo, menos sobre relaciones. Pero aquí está.
 —No… no sé qué pasó. Ruby bufa.
—Le dijiste a mi hermana que follaste a otra chica, eso es lo que pasó. Ninguna mujer quiere oírlo. —Entonces, ¿por qué preguntó? Agita la cabeza, como si la respuesta fuera obvia.
—Quería escucharte decir que no.
—Acordamos ver a otras personas —discuto—. Dijimos que seríamos honestos. Maduros.
—Decir y sentir son cosas diferentes, amante. —Mira su manicura—. Mira, Jenny y tú tienen dieciocho, son bebés… esto iba a pasar. Era cuestión de tiempo. A penas logro atravesar las palabras por mi garganta contraída.
 — Pero… la amo.
—Y ella te ama. Es por esto que duele tanto. No hay forma de que me rinda, no me rendiré, no así. Es el miedo lo que me presiona a hacer algo, decir cualquier cosa. Sostenerme como un hombre se aferra a una roca en la corriente. Subo las escaleras de pino hacia la habitación que Jenn comparte con nuestra hija y la puerta cerrada me dice que no soy bienvenido. Se halla en la cama, con los hombros temblando, llorando en su almohada. Y el cuchillo se entierra más en mis entrañas. Me siento en la cama y le toco el brazo. Jenny tiene la piel más suave, como pétalo de rosa. Y me rehúso a que esta sea la última vez que la toque.
—Lo lamento. Lo lamento tanto. No llores. Por favor no… me odies. Se sienta y no se molesta en secar la evidencia del dolor en su corazón de su rostro.
—¿La amas?
—No —le digo firmemente—. No, fue algo de una noche. No significó nada.
—¿Era bonita? Le respondo como el abogado en que intento convertirme.
—No tan bonita como tú.
—Dallas Henry me invitó al cine —me dice Jenny tranquila.

Cualquier sentimiento de remordimiento se va y es reemplazado con puro enojo. Dallas Henry era el receptor en mi equipo de fútbol en la escuela, siempre fue un imbécil. El tipo de chico que juega con las chicas más borrachas en la fiesta, el que les pone algo en la bebida para que se emborrachen más rápido.
—¿Bromeas?
—Le dije que no. La furia se calma un poco, pero a penas. Mi puño aún tendrá una linda charla larga con Dallas maldito Henry antes de que me vaya.
—¿Por qué tú no dijiste que no, Peter? —me acusa calmada. Su pregunta trae la culpa de nuevo con más fuerza. A la defensiva, me pongo de pie, paseando y tenso.
—¡Dije que no! Muchas veces. Mierda, Jenn… pensé… ¡no fue engaño! No puedes enojarte conmigo por esto. Por hacer lo que querías que hiciera. Cada músculo de mi cuerpo se tensa, esperando su respuesta. Luego de lo que se siente como por siempre, asiente.
—Tienes razón. Sus ojos azules me ven y su tristeza me corta hasta el hueso. —Yo sólo… odio imaginar lo que hiciste con ella, desearía regresar a cuando… cuando no sabía. Y podría pretender que solamente he sido yo siempre. — Hipa—. ¿No es… patético?
—No —gruño—. No lo es. —Caigo de rodillas frente a ella, consciente de que le estoy rogando, pero no me importa—. Sólo has sido tú, en todas las formas que importan. Lo que ocurra cuando estamos separados, nada más significa algo, si lo dejamos significar algo. Mis manos van a sus muslos, necesitando tocarla, borrar esto de su mente, queriendo tanto que volvamos a comenzar. —Vengo a casa el verano. Dos meses y medio y todo lo que quiero cada segundo es amarte. ¿Puedo, cariño? Por favor, sólo déjame amarte. Sus labios se encuentran calientes e hinchados de llorar. Los froto suavemente al principio, pidiendo permiso. Luego más firme, arponeando sus labios con mi lengua, demandando sumisión. Toma un momento, pero luego me responde el beso. Sus pequeñas manos se hacen puños en mi camisa, agarrando fuerte. Jalándome hacia ella. Poseyéndome. Como siempre lo ha hecho. Jenny cae de espaldas en la cama, llevándome con ella. Floto encima en tanto su pecho sube y baja, jadeando.
 —No quiero volver a saberlo, Peter. No preguntamos, no decimos. Promételo.
—Lo prometo —jadeo, dispuesto a aceptar lo que sea justo ahora.

 —Comienzo la escuela en otoño —presiona—. También voy a conocer personas. Saldré y no te puedes enojar. O poner celoso. Sacudo la cabeza.
—No lo haré. No quiero pelear. No… no quiero contenerte. Esa es la loca verdad. Una parte mía quiere mantener a Jenny toda para mí, encerrarla en esta casa, y saber que no hace nada más que esperar a que regrese. Pero más fuerte es el pavor de que lo echaremos todo a perder, que nos odiaremos, que nos culparemos, por todo lo que nos perdimos de vivir. Por todas las cosas que no llegamos a hacer. Más que nada, no quiero despertar en diez años a partir de ahora, y darme cuenta de que la razón por la que mi chica odia su vida… soy yo. Así que si significa compartirla un tiempo, entonces me encargaré, juro que lo haré. Mis ojos queman en los suyos. —Pero cuando esté en casa, eres mía. No de Dallas maldito Henry, de nadie más que mía. Sus dedos trazan mi mandíbula.
—Sí, tuya. También soy por quién regresas a casa. No se quedarán contigo, Peter. Ninguna otra chica… va a ser yo.  La beso con fuerte posesión, sellando las palabras. Mis labios se mueven por su cuello a medida que mi mano sube por su estómago. Pero me agarra la muñeca. —Mis padres están abajo. Mis ojos se aprietan mientras inhalo profundamente.
—¿Ven al río conmigo esta noche? Conduciremos hasta que Presley se duerma en la parte trasera. Jenny sonríe. —Un viaje en camioneta la noquea siempre. Le beso la frente.
—Perfecto. Me recuesto a su lado y se acurruca en mí, jugando con el collar de mi camisa. —No será así siempre. Un día, habrás terminado la escuela y las cosas regresarán a la normalidad. Sí. Un día…  
 




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