martes, 27 de septiembre de 2016

Overruled CAPITULO 5

                                                   
                                                 Diez años después Washington, DC






El trabajo de un abogado de defensa criminal no es tan emocionante como probablemente se imagina. Ni siquiera es tan emocionante como imaginan los estudiantes de derecho. Hay un montón de investigación, las referencias de jurisprudencia para respaldar cada argumento en páginas y páginas de escritos legales, los cuales están llenos de suficiente semántica para dar a un laico una migraña. Si se eres parte de una firma, cuando finalmente se te confía representar a tus clientes en el juicio, rara vez hay revelaciones dramáticas y sorprendentes, no hay grandes momentos como en La Ley y el Orden. Mayormente sólo es trazar los hechos para el jurado, pieza por pieza.

 Una de las primeras reglas que aprendes en la escuela de leyes es: nunca hagas una pregunta de la que no sepas la respuesta. Lamento arruinar tu desfile, pero realmente nada es menos emocionante que eso. En los Estados Unidos de América, los acusados pueden escoger quiénes decidirán su destino: un juez o un jurado de sus pares. Siempre aconsejo a mis clientes de ir con el jurado; es un milagro hacer que doce personas se pongan de acuerdo sobre en dónde almorzarán, por no hablar de la culpabilidad o inocencia de un acusado. Y una anulación del juicio, que es lo que sucede cuando no se ponen de acuerdo, es una victoria para la defensa. ¿Alguna vez has escuchado esa vieja broma acerca de los jurados? ¿De verdad quieres ser juzgado por doce personas que no fueron lo suficientemente inteligentes como para salir del servicio de jurado? Sí; eso es exactamente a los que quieres juzgándote.

Debido a que el jurado son personas no familiarizadas con la letra de la ley. Y esas son las personas que pueden dejarse influenciar… por un montón de elementos que no tienen absolutamente nada que ver con los hechos. Si a un jurado le gusta un acusado, tendrán más dificultades para condenarlos por un cargo que podría mantener su culo en una celda de prisión por los próximos diez a veinte años. Ese es el por qué un ladrón acusado se presenta a la corte en un buen traje planchado, y no con el traje naranja de prisionero. Es precisamente por eso que el vestuario y peinado de Casey Anthony fueron cuidadosamente elegidos para parecer dulcemente recatado. Claro, el jurado se supone que sea imparcial, se supone que deben basar su juicio en la evidencia presentada y nada más. Pero la naturaleza humana no funciona de esa manera. La simpatía de los asesores legales del acusado también tiene peso. Si un abogado se encuentra descuidado, de mal humor, o es aburrido, el jurado se sentirá menos inclinado a creer su versión del caso. Por otro lado, si el abogado defensor parece tener todo bajo control, si son bien hablados, y sí, de buen aspecto, los estudios muestran al jurado más propenso a confiar en ese abogado. A creer en ellos, y por extensión, a creer en sus clientes. Es importante que no parezcas que te esfuerzas demasiado. No aparentar ser sospechoso o furtivo, lo último que quieres es dar una vibra de "vendedor de autos usados".

La gente sabe cuándo les mienten. Pero, aquí está lo más importante: siempre que sea posible, quieres que pasen un buen rato. Dales algo que ver. Ellos esperan objeciones y “fuera de lugar”, el golpeteo de las mesas y los golpes del martillo. Esperan una recreación en vivo de Tom Cruise y Jack Nicholson en Cuestión de Honor. El sistema puede ser aburrido, pero tú no tienes que serlo. Puedes ser entretenido. Muéstrales que tienes un gran ingenio y que no tienes miedo de usarlo. Mi polla es la más ingeniosa de todas; el jurado no puede quitar los ojos de ella. En sentido figurado... y literalmente.
 —Puede proceder con los alegatos finales, señor Lanzani.
—Gracias, Su Señoría. —Me pongo de pie, abrochándome la chaqueta de mi traje gris a la medida. Ese color es un gran éxito en estos días con las damas, y diez de estos doce miembros del jurado son mujeres. Encuentro sus miradas colectivas con una expresión contemplativa, alargando la pausa, lo que aumenta la tensión dramática. Entonces empiezo.

—La próxima vez que jodidamente te vea, te cortaré las pelotas y las empujaré por tu garganta. Pausa. Contacto visual.
 —Cuando te encuentre, me estarás rogando que te mate. Pausa. Señalar con el dedo. —Solo espera, idiota, voy por ti. Salgo detrás de la mesa de la defensa y me posiciono frente a la tribuna del jurado. —Estas son las palabras del hombre que la fiscalía clama que es la… —comillas en el aire—, “víctima” en este caso. Han visto los mensajes de texto. Lo escucharon admitir bajo juramento que se los envió a mi cliente. —Chasco la lengua—. No suena mucho como una víctima para mí. Todos los ojos me siguen mientras camino lentamente, como un profesor dando una conferencia. —Suenan como amenazas… de las graves. De donde yo vengo, amenazar las bolas de un hombre… no hay más declaración de guerra que esa. Una serie de risitas bajas se eleva desde los miembros del jurado.

Coloco los brazos en la barandilla de la tribuna del jurado, mirando a cada ocupante sólo el tiempo suficiente para que se sientan incluidos; preparándolos para la divulgación de un sucio pequeño secreto.
—A lo largo de este juicio, han escuchado cosas acerca de mi cliente, Pierce Montgomery, que son poco favorecedoras. Abominables, incluso. Apuesto que no les agrada mucho. Si les digo la verdad, no me gusta mucho tampoco. Él tuvo una aventura con una mujer casada. Publicó fotos de ella en las redes sociales sin su permiso. Estas no son las acciones de un hombre honorable. Siempre es mejor sacar lo malo del camino. Como tirar una bolsa de basura rancia: reconocerlo, y luego seguir adelante hace que el hedor sea menos propenso a quedarse.
—Si él estuviera siendo juzgado por la decencia humana, les puedo asegurar que hoy, aquí, no lo defendería. Me enderezo, manteniendo su atención absorta.
—Pero esa no es su tarea. Ustedes se encuentran aquí para juzgar sus acciones de la noche del quince de marzo. Nosotros como sociedad no penalizamos a las personas por defender sus vidas o sus cuerpos de daño físico. Y eso es precisamente lo que mi cliente hizo esa noche. Cuando se encontró cara a cara con el hombre que lo amenazó sin descanso, tuvo todas las razones para creer que esas amenazas se llevarían a cabo. Para temer por su integridad física... tal vez por su vida. Hago una pausa, dejando que asimilen eso. Y sé que están conmigo, viendo la noche en sus cabezas a través de los ojos del podrido hijo de puta que es lo suficientemente suertudo de tenerme como abogado.
—Mi antiguo entrenador de fútbol nos decía que una ofensiva inteligente es la mejor defensa. Es una lección que llevo conmigo hasta este mismo día.

Así que, aunque Pierce lanzó el primer golpe, todavía es en defensa. Debido a que actuó en contra de una amenaza conocida, un temor razonable. Eso, señoras y señores, es sobre lo que realmente es este caso. De pie frente a la tribuna del jurado doy un paso atrás, dirigiéndome a ellos en su conjunto.
—A medida que deliberan, estoy seguro que concluirán que mi cliente actuó en defensa propia. Y darán un veredicto de no culpable. Antes de tomar mi asiento en la mesa de la defensa, pongo el broche de oro en mi alegato final.
—Gracias de nuevo por su tiempo y atención, han sido... encantadores. Eso hace sonreír a ocho de las diez; me gustan esas probabilidades.

Después de sentarme, mi co-defensora, con rostro neutral, discretamente escribe en un bloc, pasándomelo.

¡Lo hiciste bien!

Los abogados se comunican con las notas durante el juicio porque es de mala educación susurrar. Y una sonrisa o una mueca pueden ser interpretadas por el jurado de una manera que no quieres. Así que mi única reacción visible es un rápido gesto de acuerdo. Mi reacción interna es una risita colegial.

Y escribo de regreso: Hacerlo bien es lo que mejor hago.

¿O lo has olvidado? Lali es una profesional consumada. No ríe ni un poco. Y nunca la he visto sonrojarse.

Ella simplemente escribe: Engreído.

 Me permito la más mínima de las sonrisas.

Hablando de traseros, el mío todavía tiene las marcas de tus uñas en él. ¿Eso te pone húmeda?

Es inadecuado, totalmente no profesional, pero por eso es que es tan malditamente divertido. El hecho de que nuestro cliente imbécil o cualquier persona sentada en la primera fila de la galería detrás de nosotros podrían echar un vistazo y ver lo que he escrito, sólo se suma a la emoción. Como meterle los dedos a una mujer bajo la mesa en un concurrido restaurante, también divertido; el potencial de que te descubran lo hace todo aún más peligroso y caliente.

Una chispa traviesa ilumina sus ojos avellana mientras garabatea:                                      
 Me tenías húmeda en "señoras y señores". Ahora detente.

 Garabateo de regreso: ¿Me detengo? ¿O lo guardo para más tarde?

Soy recompensado con una simple y sutil sonrisa. Pero es suficiente. Más tarde me sirve.
 
Después de la réplica y una hora de instrucciones del juez, el jurado se retiró a la sala custodiada para las deliberaciones y el tribunal entró en receso. Lo que me dio la oportunidad de reunirme con un antiguo hermano de fraternidad para almorzar en un bar local, el cual sirve los mejores emparedados de la ciudad.
Entre los exigentes horarios de trabajo y la familia, sólo tenemos tiempo para reunirnos una o dos veces al año; cuando llegamos a la cuidad del otro por razones de negocios. Drew Evans no ha cambiado mucho desde nuestros días en Columbia. El mismo ingenio mordaz, la misma arrogancia que atrae a las mujeres a él como polillas a una luz azul. La única diferencia entre entonces y ahora es que Drew no se da cuenta de la ráfaga de atención femenina que lo sigue. O, si lo nota, no les corresponde.
—¿Estás seguro que no te gustaría algo más? ¿Cualquier cosa? — pregunta con esperanza la camarera veinteañera… por tercera vez en quince minutos. Él toma un trago de su cerveza, y luego la despide con: —Nop. Todavía estoy bien, gracias. Con los hombros encorvados, se escabulle. Drew es un banquero de inversión en la firma de su padre en la ciudad de Nueva York. También es mi banquero de inversiones; la razón por la cual dos años de matrícula universitaria de Presley ya están bien situados en un fondo de 529. Mezclar el dinero y la amistad podría no parecer una decisión inteligente, pero cuando tus amigos son tan talentosos en hacer dinero como lo son los míos, es brillante. Su teléfono suena con un texto entrante. Mira la pantalla y una sonrisa tonta se propaga a través de su rostro… el tipo de sonrisa que solo lo he visto usar una vez antes: en su boda, hace ocho meses.

  Me limpio la boca con la servilleta, la tiro sobre la mesa, e inclino mi silla hacia atrás sobre dos patas. —Así que… ¿cómo está Kate estos días? Kate es la esposa de Drew. Su extremadamente bella esposa. Su extremadamente bella esposa con la que bailé, brevemente, en la recepción de su boda. Y a mi amigo no pareció gustarle eso ni un poco. ¿Qué clase de amigo sería si no me metiera con él al respecto? Eleva la mirada con una sonrisa.
—Kate está fantástica. Está casada conmigo… ¿de qué otra forma podría estar?
 —¿Le diste mi tarjeta? —presiono—. ¿Para que pueda ponerse en contacto conmigo para servicios jurídicos… o cualquier otro servicio que pueda necesitar? Sonrío mientras él frunce el ceño.
—No, no le di tu tarjeta. Imbécil. —Se inclina hacia adelante, de repente engreído—. Además, a Kate no le agradas.
—¿Es eso lo que te dices a ti mismo? Se ríe. —Es verdad, piensa que eres ambiguo. Eres un abogado de defensa, Kate es madre. Cree que dejas a los abusadores de menores a caminar por las calles. Es un error muy común, y completamente inexacto. Los abogados defensores mantienen el sistema legal honesto; saludable. Abogamos por el individuo, el chico pequeño, y nosotros somos todo lo que se interpone entre él y el poder sin restricciones del Estado. Pero la gente olvida esa parte, todo es sobre pedófilos y ladrones de fondos de jubilación de Wall Street.
—Tengo una hija —discuto—. No defendería a un abusador de menores. Drew encuentra carente mi razonamiento.
—Tratas de ser socio, defiendes a quienes te digan que defiendas. Me encojo de hombros sin comprometerme. —Hablando de tu hija —continúa—. ¿Ya cuántos años tiene? ¿Diez? Como siempre, el tema de mi niña trae a mi pecho un oleaje de orgullo inmediato.

 —El mes pasado cumplió once. —Saco de repente mi teléfono y muestro las fotos que representan la mayoría de mis recuerdos—. Acaba de competir para el equipo de animadoras. Y en el Sur, animar en un deporte verdadero, nada de esa mierda de “ra-ra” pom-pom. Jenny y Presley todavía viven en Mississippi. Después de Columbia, mientras iba a la escuela de Leyes en la Universidad de George
Washington, hablamos de que ellas vinieran a vivir conmigo en DC, pero Jenny no creyó que la ciudad fuera un lugar para criar a una niña. Ella deseaba que nuestra hija creciera como ambos lo hicimos, nadando en el río, montando bicicletas por caminos de tierra, corriendo descalza por los campos y yendo a las barbacoas después de la iglesia los domingos. Estuve de acuerdo con ella, no me gustó, pero acepté.
Drew dejó escapar un silbido de impresión cuando le mostré las fotos más recientes, cubierta con los colores del equipo verde y dorado. Su largo cabello rubio se curvaba en rizos y se encontraba sujeto en lo alto, sus brillantes ojos azules como el cielo y una impresionante sonrisa blanca perlada.

—Es una belleza, Lanzani. Por suerte se parece a su madre. Espero que tengas listo un bate de beisbol. Me encuentro muy por delante de él.
 —No, hombre, tengo una escopeta. Asiente con aprobación y golpea mi brazo.

—Hola, extraño, hace tanto tiempo que no nos vemos. —Mis ojos son atraídos por la suntuosa silueta de Lali Esposito Santos, mi co-asesora, entre otras cosas, mientras se acerca a nuestra mesa. La ropa no solo hace al hombre, realiza una afirmación para una mujer. Hablan particularmente con entusiasmo sobre Lali. Se viste como es ella, impecable, perspicaz, con clase, sin embargo tan malditamente sensual que hace que mi boca se haga agua. Su blusa de seda roja se encuentra abotonada con buen gusto, revelando solo unos centímetros de su piel color bronce debajo de su clavícula, ni siquiera una pizca de escote. Pero la tela acentúa la abundancia dada por Dios de sus pechos llenos, firmes y jodidamente hermosos. Una corta chaqueta de tweed gris cubre sus brazos largos y elegantes, y la falda lápiz a juego, abraza la redondez fenomenal de sus caderas, antes de revelar sus piernas tonificadas que se prolongan por días.
—¿En dónde te escondías? —pregunto, luego señalo una silla vacía—. ¿Quieres acompañarnos? Unos labios naturalmente color rubí me sonríen en respuesta.
— Gracias, pero no, acabo de terminar de almorzar con Brent en la parte de atrás. Hago un gesto mientras realizo las presentaciones.
—Drew Evans, ella es Lali Santos, una compañera libertadora de abusadores de menores según tu esposa. —Las cejas de Lali se arquean levemente ante la descripción, pero continúo—: La, él es Drew Evans, mi viejo amigo de la universidad, mi actual banquero inversionista, y solo un bastardo rudo en torno a todo.
Ignorando mi indirecta, él extiende su mano.
—Gusto en conocerte Lali.
—Lo mismo digo. Revisa la hora en su Rolex y se burla—: Peter, también deberías ir levantándote. No querrás perderte el veredicto. Me encuentro negando con mi cabeza antes de que haya terminado de hablar. Porque hemos debatido esto desde que empezó el juicio.
— Querida, tengo todo el tiempo del mundo. Demonios, inclusive puede que pidamos postre, ése jurado no va a regresar hasta el lunes, como mínimo.
 —Puede que seas el Encantador de Jurados. —Sus dedos bien cuidados giran en un círculo, como si estuviera conjurando una bola de cristal—. Pero soy la Vidente del Jurado. Y veo que esas amas de casa quieren tachar a este juicio de sus listas de tareas para este fin de semana.
—¿El Encantador de Jurados? —comenta Drew secamente—. Eso es adorable. Le saco el dedo mientras le insisto a Lali—: Esta vez tu visión es errada. Su boca sobresale.
—¿Te importaría hacer una apuesta grandulón?
—¿Cuáles son tus términos dulzura? —le respondo con una sonrisa atrevida. Evans observa nuestro intercambio con alegría indisimulada. Ella apoya sus brazos en la mesa, inclinándose hacia adelante. Y tengo todo un nuevo aprecio por la gravedad, porque es esa fuerza la que causa que su blusa se aparte de su cuerpo, dándome una vista deliciosa de sus impresionantes tetas encerradas en un delicado encaje negro.
—El Porsche. Agarrado por sorpresa, mis ojos se abren de par en par. No se anda con rodeos. Sabe que mi convertible plateado Carrera 911 4S Cabriolet es mi posesión más preciada. Lo primero que compré por mí mismo cuando fui contratado por el prestigioso bufete de abogados Adams & Williamson hace cuatro años atrás. Es prístino. No sale en la lluvia. No se estaciona en donde un pájaro pueda cagarse en él. No es conducido por nadie, además de mí. —Cuando el jurado regrese hoy, me dejaras sacar tu Porsche para el paseo de su vida. Me mira fijamente, esperando. Froto mis nudillos a lo largo de mi mandíbula, debatiéndome.
 
  —Tiene caja de cambios —le advierto en voz baja.
—Pft, juego de niños.
—¿Qué consigo si, cuando, pierdas la apuesta? Se endereza, luciendo complacida consigo misma, a pesar de que no ha escuchado mis términos.
—¿Qué quieres? La imagen de las curvas de Lali apenas cubiertas por un diminuto bikini rojo, húmedo y enjabonado con espuma, se infiltra en mi cerebro. Y no puedo contener la sonrisa lasciva que adorna mi rostro.
—Tendrás que lavar el Porsche, a mano, una vez a la semana por un mes. No vacila.
—Hecho. Antes de que nos demos las manos para cerrar el trato, la miro a los ojos y escupo deliberadamente en mi palma. Nuestro apretón es resbaladizo. Su nariz se arruga, pero sus ojos, sus ojos llamean con un fuego de diversión que solo yo puedo leer. A ella le gusta esto. Después de soltar su apretón, limpia su mano con una servilleta.
Entonces Brent Mason sale desde la dirección de los baños para reunirse con nosotros. Brent es un asociado de nuestra firma, empezó el mismo año que Lali y que yo, a pesar de que se ve mucho más joven. Sus redondos ojos azules, su cabello castaño ondulado, y una personalidad despreocupada que invoca sentimientos similares a los de un hermano protector. La cojera que acompaña su andar se suma a la impresión juvenil, aunque en realidad es el resultado de la prótesis en su pierna izquierda, consecuencia de un accidente de la infancia. El suceso puede que le haya arrebatado su extremidad, pero el humor agradable y jovial de Brent permanece completamente intacto. Como todos los asociados de nuestra firma, Brent y Lali comparten oficina. Son cercanos, pero en una forma estrictamente platónica, del tipo de la zona de amigos. También tiene más dinero que Dios, o al menos su familia. Dinero antiguo, del tipo de riqueza tan abundante que sus amistades no se dan cuenta de que no todo el mundo “vacaciona” en el sur de Francia o es capaz de retirarse a su casa de campo en el Potomac cuando necesitan un descanso de la ciudad. El padre de Brent tiene aspiraciones políticas para su único hijo y cree que un historial impresionante como fiscal sentará las bases para esas ambiciones. La cual es precisamente la razón por la que Brent se reveló y se convirtió en un abogado de defensa criminal.
—Hola, Lanzani —saluda.
  Asiento con mi cabeza.
 —Mason. —Hago un gesto de nuevo hacia Drew—. Brent Mason, él es Drew Evans, un viejo amigo. —Mis ojos recaen en él—. Brent es otro abogado en nuestra firma. Se dan la mano con firmeza, luego Drew remarca—: Jesús, ¿hay alguien en DC que no sea abogado? Me echo a reír.
 —La mayoría per cápita en el país. Antes de que él pueda responder con lo que apostaría mi vida habría sido un insulto, Brent suelta de sopetón—: ¿Lali, lista para irte? Tengo un cliente que viene en veinte minutos.
—Estoy lista. Drew, un gusto en conocerte. Peter, te veré pronto en la corte. Finjo confusión.
 —¿Te refieres a la oficina? Con un movimiento de su cabeza, deja que Brent la conduzca hacia la puerta. La observo mientras se va. Y disfruto cada maldito segundo de ello. Lo que no pasa desapercibido.
—¿De verdad piensas que eso es sabio? Mi atención se arrastra de nuevo hacia él.
—¿Qué es eso?
—Follar a tu compañera de trabajo —aclara Evans—. ¿Crees que eso es sabio? Me detengo un momento, preguntándome cómo lo supo… y luego me río de mí mismo por preguntármelo… porque por supuesto que él lo sabría.
—¿Esto viene del hombre que se casó con su compañera de trabajo hace unos meses atrás? Drew se inclina hacia atrás, descansando un brazo en la silla detrás de mí.
—Eso es completamente diferente. Kate y yo somos especiales. Bebo mi agua.
 —¿Qué te hace pensar que La y yo follamos?
—Ah… porque tengo ojos. Y oídos. Y nada de la tensión sexual que acabo de presenciar se encuentra sin resolver. Por cierto, te quedaste corto con la apuesta. Mis términos habrían sido primero follarla en el capó del auto, luego que lo lavara. —Se encoge de hombros—. Pero ese soy yo. Ahora de regreso a mi pregunta original… En verdad no hay ninguna razón para negarlo.
 —Lali es sin duda la mujer más sabia con la que jamás he estado, mejor dicho nunca. No lo aprueba. —Lanzani, caminas por un camino peligroso. Un campo minado de incomodidad y de desprecio femenino.

 Entiendo sus preocupaciones, pero no son necesarias. Lali es una mujer en todos los lugares importantes, pero con la practicidad de un hombre. No hay minivans o cercas blancas en su futuro, solo oficinas en las esquinas y horas facturables. Es franca, directa, pero también divertida. Una mujer a la que considero una amiga, alguien con quien disfruto salir tanto como disfruto haciéndoselo. Nuestro arreglo empezó hace seis meses atrás. La primera vez fue espontánea, temeraria. Sabía que la deseaba, pero no me di cuenta de cuánto hasta la noche en la que estuvimos solos en la biblioteca del sótano de la firma. Ambos trabajando hasta tarde, tensos y apurados por el tiempo, en un momento dado, nos encontrábamos discutiendo los puntos más sutiles de Miranda versus Arizona y al siguiente nos encontrábamos arrancándonos la ropa el uno al otro, contra las pilas de volúmenes gruesos, encuadernados en piel, en celo como animales salvajes. También sonábamos igual que ellos. Me excito cada vez que pienso en los ruidos que Lali hizo esa noche, una sinfonía de jadeos, gemidos y gruñidos mientras hice que terminara tres veces. Una tripleta. Y cuando mi orgasmo finalmente me inundó, mierda, no pude sentir mis piernas por cinco minutos completos.

Después de eso, cuando nos encontrábamos sudados y despeinados como soldados después de una batalla, hablamos. Estuvimos de acuerdo en que eso era algo que ambos deseábamos hacer de nuevo, y de nuevo, un liberador de estrés necesario que encajaría perfectamente en nuestros mutuos horarios a rebosar. No es tan frío como suena. Pero es… fácil. Sonrío.
—No, hombre, Lali es como… uno de los chicos.
 —¿Te follas a uno de los chicos? Frunzo el ceño.
—No suena ni cerca de caliente cuando lo dices de esa forma. Lo que quiero decir es que, ella vive para el trabajo, como yo. El tratar de hacerte socio no deja mucho tiempo para cualquier otra cosa. Ella es conveniente y jodidamente hermosa. Sé que estás casado y todo eso, pero tendrías que encontrarte medio muerto para no notarlo. E incluso entonces, sus tetas convencerían a un cadáver para que tuviera una erección.
—Oh, lo noté, créeme —dice—. ¿Sabe acerca de tu llamada sexual en Mississippi?
—Jenny no es mi llamada sexual —me quejo—. Imbécil.
—Bueno, no es tu novia ni tu esposa. Es la chica que te follas cuando por casualidad pasas rápidamente por la ciudad. Odio decírtelo, pero esa es la definición de llamada sexual.
A veces la propensión de Drew de llamar a las cosas como las ve, coloca a sus pelotas en grave peligro de ser golpeadas.

—Lali sabe todo acerca de Jenn y de Presley.
—Interesante. —Luego llega el consejo patentado—. Solo digo, una situación como esta puede volverse… complicada para ti. El arrepentimiento es una mordida en el culo que pica como un hijo de puta. He estado allí, no es divertido.
—Gracias por la advertencia. Pero puedo manejarlo.
—Últimas palabras famosas. Solo recuerda, para el momento en el que te des cuenta de que no puedes manejarlo, será demasiado tarde. — Revisa su reloj y se levanta—. Y hablando de eso, tengo que irme, tengo que agarrar mi tren. Me levanto y golpeo su brazo.
—Oye, ¿por qué no te quedas esta noche en DC? Arreglaré un juego de póker con los chicos, será como los viejos tiempos. Levanta sus manos, pesando las opciones.
—Veamos… ¿tomar el dinero de Lanzani… o ir a casa con la esposa impresionante que ha estado enviándome mensajes sexosos toda la tarde? No hay competencia. Hombre me gustas, pero jamás me gustarás tanto así. Nos abrazamos brevemente, golpeando la espalda del otro, ambos comprometiéndonos a pronto hacer esto de nuevo. Ahí es cuando mi teléfono suena. Lo levanto de la mesa, leo el mensaje y maldigo. Mientras Drew recupera su maletín de debajo de la mesa, le muestro mi teléfono.
—El jurado está de regreso. Se ríe de mí.
—Por tu bien, espero que ella sea tan buena con la palanca de cambios como dice serlo. —Hace una pausa, luego sonríe—. Pero supongo que ya sabes que lo es. Con un golpe final a mi brazo, se dirige hacia la puerta.
—Nos vemos, hombre. —Dale a Kate mis saludos —le grito a sus espaldas—. ¡Y mi tarjeta! No se da la vuelta, no deja de caminar, pero solo levanta su mano, con su dedo medio extendido en alto y claramente sobre su cabeza.



 




 

1 comentario: